El cobre y todo lo demás: Una economía endógenamente desigual

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Por Luis Ignacio Silva, director ejecutivo OPES.

Columna publicada en El Tipógrafo

Hoy experimentamos un período en que la economía ya no crece como lo hizo en los años del “éxito económico” que nos tildó de líderes en Latinoamérica, y nos dejó para el futuro una economía con los incentivos definidos para seguir siendo estructuralmente desigual. El desafío hacia adelante entonces no es solo pensar en reducir la desigualdad ni la pobreza, si no también generar una estructura económica que sea autosuficiente para generar empleos de calidad y de mayor remuneración.

Chile se ha convertido en un ejemplo en Latinoamérica en términos económicos. Altas tasas de crecimiento, reducción en los índices de pobreza y atracción masiva de capitales extranjeros, son algunos indicadores que han puesto a Chile como un modelo a seguir, destacándolo como un caso exitoso entre los países de ingreso medio. El Banco Mundial indicó: “la excepcional trayectoria de crecimiento de Chile podría explicarse por estas características: macro políticas e instituciones orientadas al mercado y dependencia de los commodities”.

Así, vemos que el 45% de los flujos de inversión extranjera directa se ha concentrado en el sector minero ¿Por qué han elegido masivamente ese sector? Un estudio muestra que entre el 2005 y el 2014 las diez empresas más grandes de explotación minera obtuvieron rentas sin justificación económica equivalentes a 120,000 millones de dólares; esto es doce veces superior a todos los bienes y servicios que se produjeron en la región de O´Higgins el año 2017.

Entonces, las actividades económicas que se generan como resultado de la amplia producción minera son el comercio y los servicios, que emplean a la gran mayoría de la población en Chile. Al año 2017, el 23,2% de la población ocupada se encontraba trabajando en comercio, donde el salario promedio alcanzó los $ 437,000, situación que dista mucho de la realidad salarial del sector minero que, con un salario promedio de 1,022,000 al año 2017, solo emplea al 2,4% de la población nacional. Es por esto que si bien el salario promedio de Chile fue de $554,493 el año 2017, el 70,9% de los ocupados/as recibía menos que dicho monto, y más aún, más de la mitad obtenía un salario inferior a $ 400,000.

Hoy experimentamos un período en que la economía ya no crece como lo hizo en los años del “éxito económico” que nos tildó de líderes en Latinoamérica, y nos dejó para el futuro una economía con los incentivos definidos para seguir siendo estructuralmente desigual. El desafío hacia adelante entonces no es solo pensar en reducir la desigualdad ni la pobreza, si no también generar una estructura económica que sea autosuficiente para generar empleos de calidad y de mayor remuneración. Ya no basta con dejar actuar al mercado para seguir explotando nuestra gran ventaja competitiva, si no que resulta prioritario definir qué sectores queremos explotar que sean capaces de entregar mejores empleos a la población que vive en nuestro país.